La función de un gobierno: hacer, gobernar y comunicar
Cercanos al cierre de la segunda década del siglo XXI, los gobiernos
se enfrentan a desafíos sin resolver ante una era de la aceleración, que
si bien fue anunciada desde hace veinte años, se activó de manera
inmediata e intempestiva, tomando como presa principal al sector público
cuya característica es adaptarse lentamente a los sucesivos procesos de
innovación entre Big Data, Inteligencia Artificial, blockchain, redes
sociales y algoritmos.
Ante un entorno de desafección por la política y los políticos, en el
cual todo lo relativo a los gobiernos y a las personas que se
desempeñan en el ámbito gubernamental genera desconfianza al ciudadano
común, es vital producir un adecuado balance entre lo que se hace desde
el gobierno y cómo se comunica esto a los ciudadanos. Las personas
desean que los gobiernos resuelvan sus problemas y los de la comunidad,
quieren que la seguridad, la economía, los espacios y servicios públicos
mejoren, donde la transparencia y rendición de cuentas se han vuelto ya
una exigencia. En ese sentido, los logros y resultados, deben
comunicarse adecuadamente a la sociedad.
Ya desde 1998, cuando comencé a impartir conferencias, talleres,
seminarios y diplomados sobre marketing gubernamental en el Instituto
Tecnológico Autónomo de México (ITAM), recuerdo conservar un axioma que
hasta la fecha sigue siendo el mensaje principal de mis ponencias en
este tema: gobernar es gobernar, hacer y comunicar. Esta fórmula ayuda a
sintetizar la función gubernamental en todos sus ámbitos y niveles, en
cualquier rincón y bajo diversos regímenes ideológicos, donde el mayor
reto es disminuir la brecha entre las esperanzas, las expectativas, las
promesas de campaña y la realidad a la hora de ejercer el gobierno.
No es ninguna novedad, lo podemos encontrar desde los relieves
egipcios, los pergaminos griegos y los arcos triunfales romanos. Los
gobernantes más trascendentes han sido quienes entendieron las
necesidades y deseos de sus gobernados, pero además lograron proezas en
obras y políticas públicas que supieron comunicar oportunamente con los
instrumentos disponibles.
En su momento, la iglesia católica se enfrentó a la aparición de la
imprenta que provocó la reforma, las monarquías absolutistas se
enfrentaron a la proliferación de los libros y periódicos que abrieron
paso a la revolución de las ideas. Al inicio del siglo XX, las cortes
europeas y dictaduras vitalicias reaccionaron a la aparición de la radio
que benefició a líderes carismáticos que implantaron gobiernos
fascistas. Finalmente, con la popularización de la televisión en la
posguerra, las frágiles e incipientes democracias enfrentaron
revoluciones sociales, impulsadas por los baby boomer y la generación X,
quienes dieron forma a los últimos años del pasado milenio.
Tras lo expuesto, seguramente se preguntan conmigo, ¿por qué los
gobernantes han incurrido e incurren en fallar el cumplimiento de
ejercer el poder correctamente? La respuesta, que suena a excusa, al día
de hoy es amplia: la revolución digital, las redes sociales, la
ciberseguridad, los incesantes flujos de información, los algoritmos,
los teléfonos móviles ubicuos, el ciudadano eternamente indignado y
conectado, la posverdad y el exceso de noticias falsas, sin dejar fuera
el rol que juegan los medios tradicionales, junto con sus intereses
económicos y la propia agenda política que manejan.
Sin duda son avatares que la gran mayoría de los gobiernos enfrentan
desde hace un lustro y poco remedio han logrado a pesar del desfile de
expertos en temas digitales, las magras gestiones de community managers y
el bajo efecto empático en la contratación de influencers.
La comunicación ha cambiado y los gobiernos tienen que aceptarlo.
Tampoco es simplismo o reduccionismo en una simple fórmula sobre el
complejo acto de gobernar que merece importantes programas de estudio en
las universidades más reconocidas del mundo, chorros de tinta en la
prensa, miles de minutos en tiempo aire y millones de bits para
registrar el día a día en cada comunidad o región.
El hacer político basado en una correcta investigación y análisis de
los resultados respecto a las expectativas ciudadanas y al humor social,
cruzado con las proyecciones de desarrollo en un municipio, estado o
nación en un lapso de tiempo determinado, provocará un ambiente de
satisfacción social.
Si a lo anterior sumamos una estrategia de comunicación sustentada en
los actos de gobierno, de acuerdo a los códigos culturales de los
receptores, tejiendo una narrativa atractiva con unicidad de mensaje y
transferencia de imagen, que produzca una correcta transmediación, así
como el aprovechamiento de cada canal para alcanzar diferentes
audiencias y segmentos, podemos anticipar que un gobierno tendrá niveles
positivos de aprobación, mejora en el humor social y la percepción,
porque está produciendo ciudadanía y brindando un bien intangible, pero
sobre todo, está cubriendo una demanda social y derecho humano: la
información pública.
No hay que olvidar que, a estas alturas del siglo XXI, hacer y
comunicar desde los gobiernos, tiene un principio de doble vía. Es
decir, hacer también es edificar credibilidad y legitimidad, incluir y
representar a todos los grupos y actores sociales, construir acuerdos y
generar un entorno de gobernabilidad; y comunicar, no únicamente es
emitir mensajes, sino escuchar activamente a los ciudadanos. Gobernar es
hacer y comunicar de ida y vuelta.
En esta era de la aceleración, tanto las personas como las
organizaciones deben adaptarse y comenzar a fluir ante un mundo líquido e
inestable, en constante cambio, siendo los gobiernos quienes cargan con
la obligación de hacerlo ante los embates del ciudadano digital y la
marea de demandas en tiempo real que buscan ser resueltas con
inmediatez.
Este necesario cambio de chip en los gobiernos implica abrazar la
innovación tecnológica para facilitar el contacto ciudadano y atender la
participación social desde nuevas plataformas, pero también este cambio
implica una nueva cultura de gobierno colaborativo y filosofía en el
servicio público con enfoque más humanista, para evitar seguir un camino
distópico donde lo técnico incrementa la frialdad del quehacer
gubernamental, desconfianza en los servidores públicos y distanciamiento
entre los núcleos sociales y el aparato de gobierno.
Por: Gisela Rubach es
máster en Administración por el Instituto Tecnológico Autónomo de
México (ITAM). Es la estratega política más reconocida de México con más
de 300 campañas políticas en México, Centro y Sudamérica. Actualmente
es directora general de Consultores y Marketing Político, así como
creadora y coordinadora de los Diplomados y Seminarios de Marketing
Político en el ITAM. (@GiselaRubach)
Fuente: https://beersandpolitics.com
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