Por: Juan Carlos Segales
Las elecciones generales del 17 de agosto de 2025 marcan un hito histórico: tras dos décadas de hegemonía del MAS, Bolivia enfrenta una encrucijada simbólica y política. La victoria sorpresiva de Rodrigo Paz evidencia un cambio profundo en cómo los candidatos se comunican y cómo el electorado responde. La clave: no se trató de maquinaria, como lo intentaron Samuel Doria Medina o Tuto Quiroga, sino de mensaje, presencia digital y cercanía real.
Este 2025 enseñó que ya no bastan discursos técnicos ni spots cuidadosamente elaborados. En su lugar, la campaña Paz–Lara apostó por algo casi radical en su simplicidad: recorrer más de 220 municipios, muchos en transporte público, llevando un mensaje directo de “capitalismo popular” y lucha frontal contra la corrupción. Esta narrativa conectó con un pueblo cansado no solo del oficialismo, sino también de una oposición reciclada.
El descontento acumulado con el MAS fue evidente: dividido internamente, simbólicamente agotado y sin un relato coherente, optó por discursos de confrontación, apelando incluso a la anulación del voto, como lo expresó Evo Morales. En lugar de construir una propuesta para el país, se aferraron a una narrativa de resistencia que ya no resonó.
Pero la oposición tradicional tampoco supo capitalizar ese vacío. Figuras como Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina o Manfred Reyes Villa, con más de tres décadas en la política boliviana, fueron percibidas como parte del problema, no de la solución. Sus campañas se mostraron distantes, formales, con estrategias comunicacionales que apelaban a fórmulas del pasado. En un contexto donde la ciudadanía exige autenticidad, renovación y cercanía, estos actores quedaron fuera del radar emocional de la gente.
El impacto de la comunicación viral fue decisivo. El ascenso de Rodrigo Paz no se explica sin su compañero de fórmula, Edman Lara, figura espontánea de TikTok que rompió con la rigidez de la política tradicional. Su estilo directo, su capacidad de interacción con el ciudadano común, y su uso orgánico de las redes sociales permitieron conectar con audiencias jóvenes, desencantadas y ansiosas de nuevos referentes.
Este fenómeno refleja un cambio estructural: las redes sociales no son solo canales de difusión, sino escenarios de construcción identitaria y emocional. La política ya no tiene rostro inalcanzable: hoy es presencia, diálogo y humanidad compartida. La era del líder mesiánico da paso al político que camina al lado, no por encima.
El derrumbe del MAS y del llamado “bloque popular”, que pasó a ocupar lugares marginales (con apenas un 8 % para Andrónico Rodríguez), representó la caída de un relato que ya no moviliza. Tampoco la polarización ni el discurso de venganza tuvieron efecto: el país quiere sanar, no profundizar heridas.
Las elecciones de 2025 en Bolivia demostraron que los resultados ya no dependen únicamente de ideologías o estructuras partidarias, sino de cómo se comunica el futuro. El relato emocional, auténtico y participativo resultó decisivo.
Hoy ya no compite el que más promete, ni el que más grita. Compite el que logra conectar. Y en esa nueva arena, la comunicación política —bien entendida— es un puente entre la democracia y la esperanza.