El riesgo de una sola voz: el nuevo rostro del Estado boliviano


Por: Juan Carlos Segales L.*

En comunicación política, nada es inocente. Cada color, cada símbolo y cada rediseño institucional expresan una narrativa de poder. Por eso, cuando todas las instituciones del Estado —ministerios, empresas públicas e incluso los medios estatales— adoptan una misma línea gráfica, el mensaje que se proyecta trasciende la simple modernización. Lo que parece un gesto de orden y coherencia visual puede, en realidad, revelar un intento de control total sobre la voz oficial.

Lo paradójico es que este cambio llega en un momento en el que el país esperaba una transformación respecto a la etapa anterior del MAS: una comunicación más abierta, más plural y con instituciones realmente autónomas. Sin embargo, la nueva identidad gráfica parece ir en sentido contrario. 

La unificación estética no sólo refuerza una imagen centralizada del poder, sino que también extiende su influencia simbólica sobre los medios estatales, que deberían actuar como garantes de información pública plural, no como repetidores del discurso gubernamental.

El peligro de esta decisión no radica únicamente en lo visual, sino en lo que implica. La uniformidad estética puede convertirse en uniformidad discursiva. Cuando todos los canales del Estado lucen igual, también terminan diciendo lo mismo. Se diluye la diversidad institucional, se pierde la capacidad de dialogar con públicos distintos y se borra la frontera entre información pública y propaganda política. El resultado es una comunicación vertical, fría y predecible, donde la ciudadanía deja de confiar en la autenticidad de los mensajes oficiales.

El Estado, por supuesto, puede y debe tener coherencia comunicacional. La ciudadanía necesita reconocer qué mensajes son oficiales y qué instituciones los emiten. Pero esa coherencia no puede imponerse sacrificando la diversidad, ni mucho menos la libertad editorial de los medios públicos. La fuerza de la comunicación estatal se mide en su capacidad de reflejar la pluralidad del país que representa.

La verdadera modernización del Estado no se mide en tipografías, paletas de color o nuevos emblemas. Se mide en transparencia, rendición de cuentas y respeto por la diferencia. De poco sirve uniformar la apariencia si se mantiene la misma lógica de control y silencio. Si todo se ve igual, todo empieza a parecer lo mismo. Y cuando eso ocurre, la comunicación pública deja de ser un espacio de diálogo para convertirse en un espejo del poder.

Bolivia necesita instituciones que hablen con voz propia, medios estatales que informen con independencia y una comunicación que escuche antes de imponer. Porque en democracia, la diversidad no debilita: enriquece. Y cuando se intenta silenciarla detrás de una identidad común, el país pierde algo más que color; pierde su esencia plural.

*Comunicador Social

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