¿Qué es la comunicación política y por qué te afecta más de lo que imaginas?
Por: Juan Carlos Segales Limachi*
Durante años la comunicación política fue vista como algo lejano, casi exclusivo de partidos, candidatos y élites. Sin embargo, la realidad es otra: la comunicación política está profundamente integrada en la vida cotidiana, desde lo que pensamos sobre el país hasta la forma en que entendemos a quienes nos rodean. No es un fenómeno reservado a campañas electorales; es un sistema permanente que moldea percepciones, identidades y comportamientos sociales.
Un ejemplo reciente y contundente ocurrió en Bolivia en noviembre de 2019. La renuncia de Evo Morales dio paso a un escenario donde el país quedó dividido en dos interpretaciones completamente distintas del mismo hecho histórico. Para un sector era un golpe de Estado; para otro, la caída de un fraude electoral. No cambiaron los hechos, cambió la narrativa. Y con ella, cambió la realidad emocional, política y social de millones de personas.
Ese episodio reveló la esencia de la comunicación política: no se limita a informar, sino que construye marcos interpretativos capaces de modificar el sentido mismo de los acontecimientos.
La comunicación política como dispositivo de influencia
La comunicación política puede entenderse como el conjunto de estrategias orientadas a influir en cómo las personas perciben el poder, la autoridad y los conflictos públicos. No se limita a discursos oficiales. También opera a través de medios, redes sociales, conversaciones cotidianas y microcontenidos que circulan sin pausa.
Un meme en WhatsApp, un titular alarmista en Facebook, un video viral de TikTok o una frase repetida en una sobremesa familiar son expresiones de comunicación política en acción. No por su formato, sino por su intención y por los efectos que desencadenan.
A diferencia de la información objetiva o la educación cívica, la comunicación política trabaja sobre emociones, identidades y afinidades. No busca que una ciudadanía comprenda, sino que adhiera, apoye, rechace o reaccione. Es un terreno donde la racionalidad ocupa un lugar secundario.
Narrativas que movilizan: del “Yes We Can” al “Proceso de cambio”
La fuerza de la comunicación política se entiende mejor cuando se analizan frases que marcaron épocas.
Un ejemplo paradigmático es el “Yes We Can” de Barack Obama en 2008. La frase trascendió la campaña para convertirse en una declaración colectiva de posibilidad. No contenía un plan de gobierno, sino una invitación emocional: la idea de que el cambio era alcanzable si todos participaban.
Los resultados hablan por sí solos. Millones de personas no memorizaron propuestas técnicas, pero sí se identificaron con un mensaje que apelaba a esperanza, acción y pertenencia.
En Bolivia ocurrió algo similar en 2005 con el lema “proceso de cambio”. El mensaje no describía un programa, sino un sentido histórico. La palabra “proceso” sugería una transformación inevitable; “cambio” conectaba con el deseo de ruptura respecto a un pasado desgastado. Quien se oponía al gobierno era rápidamente etiquetado como defensor del statu quo. La narrativa no solo acompañó al MAS: redefinió el marco del debate político durante más de una década.
Incluso términos aparentemente espontáneos, como “pitita” en 2019, funcionaron como herramientas políticas. En este caso, la palabra fue utilizada para dividir simbólicamente al país entre “el pueblo” y “los privilegiados”, instalando una frontera emocional que perdura hasta hoy.
Cómo la comunicación política influye en la vida cotidiana
Aunque muchos aseguren no interesarse en política, la comunicación política influye directamente en aspectos concretos de la vida diaria.
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Percepción económica: creer que hay crisis o bonanza cambia la forma en que las personas consumen, ahorran e invierten.
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Relaciones sociales: define quién es “aliado” y quién es “opositor”.
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Hábitos y decisiones: desde el lugar donde se compra hasta la manera en que se educa a los hijos.
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Sensación de seguridad: narrativas de “caos” o “estabilidad” moldean la percepción del entorno, incluso sin datos reales.
Un ejemplo global reciente es el caso de Nayib Bukele en El Salvador. Su narrativa de “presidente cool” combinada con el discurso de haber derrotado a las pandillas generó índices de aprobación inusualmente altos. Más allá de la complejidad del fenómeno, su manejo comunicacional terminó influyendo en la imagen internacional del país y en percepciones externas e internas sobre gobernabilidad, orden y seguridad.
Cómo leer la comunicación política sin caer en su juego
La exposición permanente a discursos políticos hace necesario desarrollar herramientas básicas de lectura crítica. No se trata de desconfiar de todo, sino de comprender la lógica detrás de los mensajes.
Primero, conviene identificar las emociones que un discurso intenta activar: miedo, esperanza, indignación, orgullo. Las emociones son la puerta de entrada a la adhesión política.
Segundo, es importante reconocer cuándo una narrativa busca simplificar problemas complejos. Los relatos perfectos, donde los culpables son claros y las soluciones parecen inmediatas, suelen ser construcciones diseñadas para obtener apoyo, no para describir la realidad.
Por último, consumir información desde fuentes diversas permite observar cómo se fabrican versiones alternativas de un mismo hecho. No para alcanzar objetividad —que es inalcanzable— sino para comprender los intereses y estrategias detrás de cada enfoque.
Comprender para no ser arrastrado
La comunicación política está presente siempre, aun cuando pasa desapercibida. Opera como un sistema que estructura la forma en que interpretamos el mundo. Comprender su funcionamiento no te convierte en especialista, pero sí en alguien menos vulnerable a manipulaciones y narrativas polarizantes.
En un país donde dos personas pueden vivir la misma noticia como si pertenecieran a realidades paralelas, desarrollar pensamiento crítico no es un lujo: es un mecanismo de defensa.
*Comunicador Social


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